Nos, Anselmo Llorente y Lafuente. Por la gracia de Dios y la Santa Sede Apostólica, Primer Obispo de San José de Costa Rica.
A nuestros amados hijos en Jesucristo, salud.
Es ya la hora, hermanos a hijos carísimos en Jesucristo, de que abramos nuestro pecho y con aquel amor y caridad que nos unen a vosotros, os hablemos del inminente riesgo en que la religión, la Patria, nuestras instituciones, nuestra libertad y nuestra vida se hallan.
Encendida la discordia en la vecina Republica de Nicaragua, excitados los ánimos hasta el frenesí, ciegos de odio y devorados por la ponzoñosa venganza, llamaron a una banda de foragidos, heces corrompidas de otras naciones.
A favor de la dislocación social de aquel desgraciado país, los advenedizos se encuentran bien pronto dueños y señores de él, crecen y no contentos con la presa, extienden sobre nuestro suelo su ávida mirada. Enemigos encarnizados de la religión Santa que profesamos: ¿Qué será de nuestros templos, de nuestros altares y de nuestra ley? ¿Cuál será la suerte de los ungidos del Señor? Desenfrenados en sus pasiones: ¿Qué podréis esperar para vuestras castas esposas a inocentes hijas? Sedientos de riquezas: ¿Cómo conservaréis vuestra propiedad? Avezados en el crimen y en el asesinato: ¿Cómo guardaréis vuestras vidas? Cual otros hijos del sacerdote Mathathías, nosotros pelearemos por nuestras vidas y por nuestras leyes: ellos vienen a nosotros con actitud insolente y con orgullo, para destruirnos con vuestras mujeres y con vuestros hijos y para despojarnos: más, el Señor los confundirá: por tanto, no les temáis. El Dios que libro de las llamas a Ananías, Azarías y Missael, El que libró a Daniel de la boca de los leones. El os librará a vosotros; más, estad resueltos a morir con denuedo, antes que sufrir duro yugo de los que pretenden esclavizarnos, pero acordaos al mismo tiempo que el pueblo de Israel, figura del pueblo cristiano, cuando provocaba con sus desordenes la Justicia Divina, era afligido por sus enemigos y que solo triunfaba de ellos, cuando arrepentido imploraba el perdón de su infidelidad, renovando sus promesas de no separarse de los divinos mandatos; nada hay que tanto impida que nuestro clamor llegue al cielo, como el pecado; borrémosle pues con nuestra penitencia y confiando en la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, esperemos de su Omnipotente brazo que cuando llegue la ocasión de pelear contra los enemigos que nos amenazan, triunfaremos aun cuando sus fuerzas sean superiores; pues aquel Dios que en defensa de su pueblo destruyó en una sola noche ciento ochenta y cinco mil hombres del ejercito de Senacherib, es el mismo en Quien ciframos nuestra esperanza y si Dios esta en nuestro favor: ¿quién podrá contra nosotros? Para aplacar la Justicia Divina a inclinar hacia nuestra Grey sus misericordias Os exhortamos, por las entrañas de Nuestro Señor Jesucristo a que abandonando el camino de la iniquidad, con sincero arrepentimiento, renovéis vuestro espíritu con el ejercicio de las virtudes para que en caso de que nos toque morir en defensa de nuestra Religión, de nuestra Patria, de nuestra independencia, de nuestras leyes, vidas y propiedades, hallemos propicio al Supremo Juez.